sábado, 19 de mayo de 2012

1er Día de la Novena de Pentecostés: El Amor al Propósito Eterno

Por:  P.A. David Nesher 
El evangelio de Reinado de Yahvé comienza con el anuncio de la buena noticia de que Jesucristo murió, resucitó y fue sentado a la diestra de Dios en los lugares celestiales. 

La buena nueva del Eterno anuncia  que Jesucristo murió por nosotros. La frase «por nosotros» no significa que Cristo murió por culpa nuestra, sino más bien que Jesucristo murió en nuestro lugar. En efecto, él fue nuestro substituto en la cruz del Calvario. La cruz es el símbolo de la maldición del pecado. Ella representa al árbol de la ciencia del bien y el mal, de cuyo fruto (consejo de cosmovisión) el primer Adán decidió comer y así caer de su condición y posición de hijo del Altísimo en co-regencia universal. Por ello, la cruz, representa  a la muerte espiritual misma en la que la humanidad se encuentra viviendo desde aquel remoto entonces.

Es en ese sentido que Jesús tomó en la cruz nuestro lugar. Él se ofreció como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. De este modo todo decreto de maldición se rompió y por su muerte quedamos libres de toda condenación. Por eso, Pablo se atreve a decir que «si uno murió por todos, luego todos murieron» (2ª Cor. 5:14). 

Pero el Señor Jesucristo no solo murió por nosotros, sino que también resucitó por nosotros. Entonces, podemos decir, usando una lógica celestial que fluye desde lo dicho por Pablo, que si uno resucitó por todos, luego todos resucitaron. Esto, no obstante, no es algo que solo podamos inferir de las palabras de Pablo, sino que está afirmado explícitamente por él cuando expresa: «En el cual (en el bautismo) fuisteis también resucitados con él (con Cristo)» (Col. 2:12). «Y juntamente con él nos resucitó» (Ef. 2:6ª). La buena noticia del Evangelio del Reino, es que no solo Jesucristo resucitó; también en él, hemos resucitado nosotros. Él fue nuestro sustituto no solo en la muerte, sino también en la resurrección.

Ahora bien, hay algo que surge todavía cuando leemos la carta de Pablo a los Efesios. Allí descubrimos algo más fuerte y maravilloso que nos ayuda a completar nuestro entendimiento acerca del alcance completo de la obra salvador de Cristo. Desde sus líneas se nos revela que nuestro bendito Señor, siendo aún Jesús de Nazaret, también fue ascendido y exaltado por nosotros. Entonces aquí también podemos decir, siguiendo la sentencia del apóstol Pablo, que si uno fue ascendido y exaltado por todos, luego todos fueron ascendidos y exaltados. Y en efecto, Pablo, en su carta a los Efesios, mostrando la gloria de la iglesia, declara que Dios «asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús» (2:6b). Nuestro amado Señor también fue nuestro sustituto en la ascensión y en la exaltación. No solo Cristo murió, también morimos nosotros; no solo Cristo resucitó, también resucitamos nosotros; no solo Cristo fue ascendido y exaltado, también lo fuimos nosotros. En esto consiste la buena noticia del evangelio del Reino. En esto consiste el  secreto de la gloria de la Iglesia.

Lo invito a abrir su espíritu y escuchar esta enseñanza apostólica:

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