jueves, 13 de junio de 2013

Altar: códigos del corazón humano sujeto al Eterno Dios.

 Por David Nesher
La historia de la Salvación nos revela que la relación adecuada entre el ser humano y la divinidad es la adoración. En la relación de hijos que el Mesías nos da con el Padre, entendemos que hemos dado un paso significativo en nuestra vida de fe cuando nos encontremos con el hecho de que hemos aprendido a adorar al Eterno y verdadero Dios. La adoración verdadera conlleva el reconocimiento de que Dios está en lo alto y nosotros estamos en lo bajo; de que Dios es santo y nosotros pecadores aceptos en Su gracia; de que Dios es inmensamente grande y sublime y que nosotros somos pequeños, casi insignificantes, un minúsculo grano en la inmensidad de la creación; de que Dios es todo sabiduría y nosotros, la mayoría de las veces, necedad y vanidad. Ya sea por estas u otras razones, entendems en el acto de la adoración que estamos inhabilitados para tratar a Dios directamente; es como si necesitásemos de un medio o algo que nos permita presentarnos ante Dios para ofrecer tan siquiera un humilde y tosco tributo. 

Jamás hombre alguno ha podido acercarse al Dios verdadero basado y amparado en su propia virtud, sino que, desde los inicios mismos de la historia humana, el que en verdad se ha acercado a él, lo ha hecho apoyándose en una ofrenda por sus pecados, o un sacrificio sustitutivo a su favor, o en una promesa de perdón recibida de parte de Dios mismo. Y en este acercarse a Dios por parte de los hombres de la antigüedad, un elemento pleno de significados es el altar: una especie de estructura sobre la que se ofrecían a Dios ofrendas, generalmente de animales sacrificados, como un acto de adoración. 
 La primera vez que aparece la palabra altar en las Sagradas Escrituras es en Génesis capítulo 8, versículo 20, cuando Noé edificó un altar y tomó de todo animal limpio y  lo ofreció en olor fragante a YHVH.  

Desde los tiempos antiguos encontramos hombres como Noé, Abraham, Isaac, Moisés, David, Gedeón etc. construyendo altar al Señor. Entendemos que el altar era un símbolo de sacrificio, adoración y sabemos que muchas veces se construía para recordar la promesa de Dios. En el tabernáculo de reunión, y en el templo de Salomón, se construyo el altar de bronce y el altar del incienso en dónde se ofrecía el holocausto y se quemaba el incienso aromático respectivamente. 

Al entrar en el tabernáculo que Moisés construyó en el desierto, de acuerdo al diseño que se le reveló, el altar era lo primero con lo que el adorador se encontraba. Era lo que estaba a primera vista. Además era el objeto mas grande en el tabernáculo. 

De acuerdo a estos testimonios escriturales surge el siguiente cuestionamiento: ¿por qué Dios demanda que se le haga altar?

Para poder entender mejor el altar, los invito a dar un vistazo a las palabras en hebreo y griego, utilizadas en la Tanaj y los libros del Nuevo Pacto, para referirse a esta expresión.
En hebreo encontramos tres maneras para decir ALTAR:
  1. - MIZBEAJ: Significa "un lugar alto donde se hacen sacrificios".Este vocablo se usa más de 400 veces en el Antiguo Testamento. Aparece por primera vez en Génesis: 8:20. 
  2. - ZABAJ: significa "matar para comer" o "sacrificar".
  3. - ZEBAJ: "Sacrificio que establece comunión entre Dios y los que comen el sacrificio".

Innumerables son los altares que se registran en el Antiguo Testamento (Tanaj) en el devenir de la historia de la salvación: el «altar» de Noé (Gn 8.20); los de Abram en Siquem (Gn 12.7), en Bet-el (Gn 12.8) y en el monte Moriah (Gn 22.9); el de Isaac en Beerseba (Gn 26.25); de Jacob en Siquem (Gn 33.20); de Moisés en Horeb (Éx 24.4); de Samuel en Ramá (1 S 7.17); del templo de Jerusalén (1 R 6.20; 8.64); y los dos «altares» previstos por Ezequiel en el templo restaurado (Ez 41.22; 43.13–17).

El primer altar que el hombre edificó fue levantado para adorar a Dios y esa es  la principal razón por la que nosotros también debemos edificar un altar al Señor en nuestra vida diaria. Los hombres en la antigüedad tenían claro que el altar hablaba constantemente de la relación del ser humano con Dios, tuviese o no tuviese ofrenda sobre sí. El altar de por sí ya era una señal que proclamaba poderosamente todo un mensaje de parte de Dios para las personas. El altar era una forma de recordatorio para aquellos que estaban llamados a relacionarse con el Dios Eterno: recordaba constantemente que Dios se había manifestado a ellos, que les había dado sus palabras, que en momentos especiales se reveló a ellos comprometiéndoles para con él. Era una especie de testimonio perenne de que Dios había venido manifestándose a ellos desde hacía tiempo con fiel y santo amor.     

Entendiendo que lo del Antiguo Testamento fue una sombra y figura de lo que habría de venir, hoy nosotros también somos llamados a presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios que es nuestro culto racional (Romanos 12:1). Al igual como eran ofrecidos los sacrificios en los tiempos antiguos (animales sacrificados), hoy somos nosotros invitados a subir voluntariamente al altar y presentar un sacrificio vivo a Dios. El Eterno Padre nos llama a edificar un altar para él en nuestras vidas. Es un llamado a invocar su nombre en la vida diaria, en nuestro lugar de permanencia (casa, sitio de trabajo, lugar de estudio, etc.). Es un llamado a reconocer nuestra vulnerabilidad y necesidad de su bendición. Es un llamado a establecer señales que tengan un real significado para las decisiones que tomamos en nuestro diario andar. Es un llamado a la fe, a la consagración, a reconocer su santidad y la necesidad de que nosotros también lo seamos, es un llamado a la esperanza y a la adoración. 

A esta altura de nuestro estudio nos debemos preguntar: ¿Cómo se restaura el altar? ¿cuáles son los principios para restaurarlo? Para responder estas preguntas nos es necesario regresar a la consideración del significado de la palabra hebrea mizbeaj usada para altar.



En la palabra MIZBEAJ cada una de las letras  consonante que la forman tiene un significado especial (recuerde que el hebreo las vocales se suprimen) formando un acróstico que permite desifrar los códigos secretos escondidos en la palabra altar: 

La letra M significa: Mejilá = Perdón;

La letra Z significa: Zejut = Justicia (buenas acciones);

La letra B significa: Beraka = Bendición;

La letra J significa: Jayim = Vida.


El mensaje oculto en los códigos que forma el altar nos da a entender que si nosotros restauramos cada uno de estos conceptos en nuestras vidas tendremos un altar que permitirá la activación diaria de nuestro gozo y el ejercicio excelente de nuestra fe. 


Restaurar nuestro altar cada mañana, por medio de la oración matutina y el estudio de la Escritura, reactiva en nosotros Su gracia a través del poder del perdón en la sangre del Cordero. Esto manifiesta Su justicia que nos fortalece para realizar buenas obras. Por ellas, nos alcanzarán todas las bendiciones garantizadas por promesas divinas en Su Ley (Torah) y eso realmente garantiza Vida, y vida en abundancia, es decir, la que alcanza con la misericordia del Eterno, hasta la tercera generación.